Roberto Follari
(Des)gobierno de Javier Milei
El autor de la columna, Roberto Follari, sostiene que no se llevan a cabo obras públicas, políticas educativas, sanitarias ni sociales, y que la única acción concreta ha sido el ajuste del Estado mediante despidos, cierre de reparticiones y represión.Nada. Puede decirse sin ambages que el gobierno no hace nada: el gobierno nacional.
No es “boutade”, ni broma, ni ironía. Es literalidad.
¿Se hacen puentes? No. ¿Se hacen viviendas? No. ¿Se hacen caminos? No. ¿Se fabrican diques? No. ¿Se fundan hospitales? No: más bien lo contrario. ¿Se abren nuevas escuelas? No, tampoco. ¿Hay obras de infraestructura? No. No hay nada.
Es sorprendente. Sobre todo, porque nadie parece advertirlo. No es una cuestión que las oposiciones hayan denunciado, mientras hay un desgobierno generalizado. Cuando se critica al presidente haciendo notar las horas que pasa en redes sociales, se obvia advertir que él puede hacerlo tranquilamente. Porque es cierto que no le gustan “la rosca”, la acción política, la paciencia del diálogo y la negociación. Pero también es indudable que estamos ante un Gobierno de Gestión Cero.
¿Será, entonces, que podemos pensar en algunas políticas educativas? No hay. El gran operativo contra el analfabetismo -ya casi inexistente- lanzado en San Juan a comienzos del gobierno, no pasó del anuncio. Nada más se ha sabido. ¿Políticas de salud, entonces? Nada relevante, que no sea la pelea con/contra los residentes y muchos de los médicos del hospital Garrahan.
No es casual que nadie tiene idea del nombre de los encargados de áreas que en cualquier gobierno debieran ser estratégicas. Hágase encuesta callejera de quién es el ministro de Salud, o quién quedó -ya no hay Ministerio- a cargo del área de educación. Totales desconocidos para la mayoría de la población e incluso para no pocos periodistas, incluso los que muestran simpatía por el gobierno.
“Es que el gobierno se preocupa por la economía”, nos dicen. Pero convengamos que tampoco existe un plan estratégico dentro del espacio económico. El programa, tal cual se está desnudando en estos días, no pasa de achatar el precio del dólar -buscando billetes verdes por todos los medios posibles (FMI, pedidos al “colchón” de los ciudadanos, swap chino, blanqueo)- con la decisión de que el dólar barato mantenga a la inflación relativamente baja.
El otro punto es el Superávit fiscal. Se dice que es para ir contra la inflación, pero es sospechable de cumplir una función diferente: destruir el Estado, como ha proclamado el presidente. Nada menos que eso: y muchos legisladores -si bien ahora ya parece que no- y muchos gobernadores -ahora parece que en baja cantidad- han apoyado esa política. “Destruir el Estado”, significa destruir el Estado: no otra cosa. No es un chiste, no es una expresión leve ni inocente: es la liquidación de las instituciones de la Nación.
“Por la negativa” el gobierno sí hace: echa trabajadores de oficinas estatales, cierra reparticiones con el discurso de que no sirven al país. Eso sí se realiza. Se castiga a jubilados, a los que además se gasea y golpea con escudos y bastones cada semana. Y se esgrime el repetidísimo argumento de que habría “ñoquis”, que no tiene que ver con la realidad de ninguna repartición en concreto. Es el discurso que se usa para todos y para cada uno de los casos, sin revisión ni evaluación seria de sus condiciones. Si se vino a destruir el Estado, no se trata de destruir sólo lo que funciona mal: se trata de destruir todo lo que se pueda, excepto -es notorio en la asignación presupuestal- el espionaje como aporte a la persecución política (al menos, es el uso que se ha dado por parte de las dictaduras y durante el macrismo), y las diferentes policías (¡¡hasta la Aeroportuaria!!), más Gendarmería y Prefectura, que operan en mayor medida sobre represión de la protesta que sobre seguridad ciudadana y combate al delito.
La nada no se ve. La nada no es. Por ello, no se la percibe. Ello explica el curioso efecto de que nadie parece advertir el desgobierno, la total falta de gestión, la carencia de elementales políticas.
En economía, no se habla de empleo. No se cuida el consumo. Menos aún se habla de producción o de crecimiento. Y si alguien remite a “desarrollo”, desde la Casa Rosada se lo vería como a un marciano. La política económica -la única que hay- es leve, angosta, mínima.
No apelaremos a filósofos como Heidegger o Sartre, que a mediados del siglo XX otorgaban a la Nada un estatuto de existencia. La nada no existe. Y es por eso que puede disimular su inanidad. Por eso el gobierno puede pasar haciendo nada en casi todas las esferas de la vida social.
Curiosamente, las oposiciones no han advertido esa Nada, o no han encontrado palabras para nombrarla. Pero no es asunto leve: la inacción del gobierno de LLA es prácticamente total, excepto dólar, déficit cero y la consiguiente liquidación de puestos de trabajo, oficinas, programas y reparticiones estatales. Que pueden en algún caso haber estado sobredimensionadas, pero que casi siempre han cubierto roles sociales necesarios.
En medio del quiebre que sufrió el gobierno hace unos días en el Congreso, valdría la pena incorporar la experiencia de esta Nada gubernamental al debate. Por ahora, es una nada de la que nada se dice.
Por Roberto Follari
Prof. emérito de la Univ. Nacional de Cuyo