Roberto Follari
El Peronismo para armar
Son épocas de los Trump o los Mamdani, pues el desgaste y la crisis de la representación política llevan a buscar en los que “rompan con los límites”, los no ubicados en los cauces supuestamente racionales de la política. Como García Linera ha enfatizado, hoy la moderación no enamora.Paradójicamente, la mejor opción para el peronismo y la que representa el perfil ideológico del kirchnerismo es la candidatura de Axel Kicillof; sin embargo, CFK se opone a él, percibiéndolo como una amenaza a su propia conducción, mientras tolera a los conservadores por considerarlos menos peligrosos para su base. Esta disputa entre el liderazgo necesario pero insuficiente de Cristina y el liderazgo propio de Kicillof, que tiene posibilidades de victoria, proyecta un futuro inmediato "convulsivo" para el movimiento. La falta de una interna o acuerdo podría llevar a una ruptura desastrosa que solo beneficiaría al gobierno de Milei al desarticular a la principal oposición.
El peronismo pasa por una crisis nada menor. Si bien el triunfalismo del gobierno por el resultado electoral no oculta su desorientación en lo económico y su sumisión extrema a los EE.UU., hay un error garrafal en cierta expectativa dentro del peronismo: la de que “naturalmente” el desgaste de Milei lleva a una adhesión al movimiento. Esto no es así, y se notó en las elecciones: muchos renuentes a Milei prefirieron no votar. Y la ausencia de campaña del peronismo -en la espera de recibir automáticamente los beneficios del desgaste real o supuesto del gobierno- implicó fracaso. Sobre todo para las nuevas generaciones (pero no sólo para ellas) el peronismo ha estado en vacancia, y no aparece claramente orientado al futuro y a perspectivas que, retomando las banderas tradicionales, sepan hablar del porvenir y de proyectos que lo dibujen.
Mientras, en casi 10 provincias las listas propias llevaron nombres diferentes del nacional, y en varios distritos se presentaron varias listas del peronismo (Misiones, Entre Ríos, Tierra del Fuego entre ellas). Esto muestra claras falencias de vertebración nacional, y advierte sobre problemas de conducción que es imposible ocultar.

Cristina Fernández está presa: si bien en el peronismo se asume -y hay claras razones para afirmarlo- que se trata de persecución política, ello limita su movilidad personal y sus posibilidades de “avistaje sobre terreno”. Además, y aún antes de esta situación, cabe subrayar que el peronismo ha perdido seis de las últimas siete elecciones de carácter nacional: notoriamente hay enormes dificultades para retomar la iniciativa estratégica.
Algunos por interés personal, otros por cuestiones de eficacia, otros por ideología, no faltan quienes quieren jubilar a Cristina. ¿Es esto posible? No parece, hay de parte de ella un tesón rotundo por mantenerse vigente. ¿Es conveniente? No. Ni siquiera para los que, dentro del peronismo, la rechazan. Ella es la persona con más peso dentro del movimiento, además de que su posición de asumido liderazgo no podría ser abandonada de golpe sin dispersión del conjunto. Su salida, si no fuese muy preparada y ordenada, podría significar un caótico “sálvese quien pueda”.
Pero si bien sin Cristina no es factible, no es evidente que con ella pueda funcionar. La razón primera es su imposibilidad legal de acceder a candidaturas, lo cual anula su llegada a cargos, sobre todo en lo que hace a la presidencia: la injusticia que pueda haber en ello no impide que la prohibición se ejerza. Pero más radicalmente, Cristina tiene suelo alto y techo bajo: difícilmente pueda superar un 35%, lo cual hace que para cualquier segunda vuelta haya amplia probabilidad de derrota.

Entonces, Cristina tendría que hacer lo que ya hizo con Alberto o con Massa: poner otros candidatos que compensen hacia la derecha, los votos que ella no logra referenciar. Esto es lo que se trasunta en los tanteos actuales a Uñac o a Urtubey, claros representantes de un peronismo de tinte cuasi/conservador. Ya había ocurrido antes con Scioli.
La posibilidad de “controlar desde fuera” a candidatos de ese tipo es mínima: ya fracasó con Alberto -que era menos lejano ideológicamente que Uñac o Urtubey-, siendo que Cristina tenía la ventaja relativa de ser vicepresidente (además de no estar presa). Ella no pudo evitar un direccionamiento del gobierno diferente del que pretendía.
Hoy en día, cualquiera de estos candidatos podría buscar -acorde a la tradición del peronismo- asumir la conducción del movimiento desde el liderazgo presidencial, si a él se llegara. Y con ello, hacer una torsión ideológica inequívocamente lejana de la radicalidad opositora al neoliberalismo que ha guardado el kirchnerismo.
Además, no son tiempos de avenidas del medio. Ni Cristina puede aspirar ya, frente a la brutal satanización que le han lanzado, a parecer moderada, ni candidatos tipo Massa tienen hoy gran atractivo. Son épocas de los Trump o los Mamdani, pues el desgaste y la crisis de la representación política llevan a buscar en los que “rompan con los límites”, los no ubicados en los cauces supuestamente racionales de la política. Como García Linera ha enfatizado, hoy la moderación no enamora.
Mientras, el peronismo y la misma Cristina tienen la gran ocasión de impedir ese paso hacia la derecha, a través de la posible candidatura de Kiciloff. Es alguien que piensa dentro del mismo modelo general de la ex presidenta, y que se ha formado en su tradición política.
Lo curioso es que Cristina se opone claramente a Kiciloff, pues parece entenderlo como una amenaza a su propia conducción. No son amenaza los conservadores como Scioli, Massa o Uñac -parece ella entender-, pues sus propios seguidores jamás se irían tras estos candidatos. En cambio, Kiciloff podría motivar -de hecho ya lo ha logrado en parte- a algunos de quienes son sus propios seguidores en el kirchnerismo. Esto lleva a la paradoja de que Cristina haga oposición hacia quien mejor representa (el único con chances, por ahora) el perfil ideológico/político que siguieron sus gobiernos, con progresismo ideológico, fuerte redistribución, latinoamericanismo y derechos humanos.
Como se ve, es casi la cuadratura del círculo hallar una solución a todo esto. Cristina quiere seguir, y es bueno que siga: pero el modo en que lo está haciendo derivaría en probable quiebre más o menos abierto con los seguidores de Kiciloff, y con los muchos que advierten que la conducción de ella es necesaria pero no suficiente. Una disputa en internas -que pueden ser PASO o no serlo-, sería quizás la única forma de evitar rupturas irreversibles. En esto hay que tener en cuenta que Kiciloff tiene un liderazgo político propio, que no depende de las decisiones de Cristina, y que lo perfila con espacio personal hacia el futuro del movimiento. Quizás por ello es que no sólo Cristina sino también Máximo y quienes lo siguen, lo tienen como blanco discursivo preferente.
Nada lleva a suponer modificaciones en la postura de la ex presidenta, por lo cual el futuro inmediato del movimiento puede ser convulsivo. Ojalá todas las partes muestren alguna sutileza como para evitar una ruptura que sería desastrosa, por todo lo que se permitiría al gobierno de Milei si consigue desarticular a la principal oposición.
