La construcción de la paz es un proceso lento y arduo. El alto el fuego es imprescindible y los acuerdos políticos son necesarios. Pero la superación de los resentimientos y la recuperación de la confianza es una tarea artesanal, dicho en términos del papa Francisco. Y el conflicto en Medio Oriente constituye, en ese sentido, un gran desafío.
En esa dirección medio centenar de jóvenes universitarios israelíes y palestinos mantuvieron esta semana un encuentro en Roma y el Vaticano convocados por la organización católica Scholas Ocurrentes para intercambiar sentimientos, experiencias e ideas, viendo los hechos en perspectiva, y así crecer en la convivencia.
“En Roma sentí que podía ser yo misma. No tuve que fingir opiniones ni esconder lo que pienso”, dijo, Shadan Khatib, una joven árabe palestina que vive en Israel, al resumir su experiencia en lo que constituyó la segunda edición del encuentro Meaning Meets Us, tras la primera en febrero en medio de la guerra.

El encuentro -que finalizó con un saludo que incluyó una sentida conversación con el papa León XIV- ofreció un espacio de diálogo y escucha entre jóvenes que crecieron en medio del conflicto, y que hoy desean transformar la desconfianza en amistad y el miedo en esperanza, explican los organizadores.
Para Shadan, uno de los momentos más significativos fue el diálogo con el cardenal George Jacob Koovakad, prefecto del Dicasterio (ministerio) para el Diálogo Interreligioso. “Le conté algo muy íntimo —narró—: que los árabes palestinos que vivimos dentro de Israel cargamos con una doble identidad”.
“Todos los días enfrentamos una gran confusión porque en la universidad o en el trabajo no siempre podemos expresar lo que pensamos", dijo y añadió: "Es difícil para ambos lados, el árabe palestino y el israelí judío, porque no hay diálogo real, no hablamos con libertad ni con verdad”.
Sin embargo, en Roma —afirmó— “las máscaras cayeron: aquí todos éramos iguales, todos podíamos hablar libremente. Me sentí libre, sin miedo, siendo mi verdadero yo”, por lo que animó a “todos a decir lo que piensan sin miedo y a que seamos nosotros mismos”.
A su vez, otro estudiante que vive en Tel Aviv, Yehonatan Grill, aseveró que “después de dos años de guerra y tanto dolor, este encuentro fue una oportunidad para respirar, para hablar de lo que sentimos y empezar a imaginar un futuro distinto”.
“Fue muy especial ver que detrás de todo el odio, de las opiniones diferentes y de las heridas, hay personas que disfrutan salir, reír, jugar al fútbol, tener amigos y cuando nos conocemos nos damos cuenta de que tenemos mucho en común”, sostuvo.
Para Yehonatan, el encuentro fue una especie de “quiebre” en la rutina de silencio que domina los campus universitarios en su país: “En teoría, la universidad debería ser un espacio para el intercambio de ideas, pero en estos años no había libertad para hablar del conflicto, ni siquiera entre nosotros”, lamentó.
“Este programa nos ofreció un lugar para escucharnos, discutir, incluso pelear, pero con respeto y cariño. Eso casi no existe en casa”, destacó y reveló que le contó al papa que con el encuentro están construyendo puentes entre judíos, musulmanes y cristianos y él nos alentó a seguir adelante.
“Nos recordó que todos merecemos un futuro mejor y que está en nuestras manos empezar a cambiar las cosas, hablando entre nosotros, conociéndonos, creando comunidad y que detrás de todas las diferencias hay seres humanos que quieren vivir en paz”, afirmó.
El director mundial de Scholas Occurrentes, José María del Corral, admitió que pensaba que “tras el fin de la guerra, encontraríamos más alegría, pero lo que vimos fueron rostros tristes, jóvenes desilusionados, sin mucha esperanza”.
“Había jóvenes que habían combatido, que habían perdido a familiares por lo que no hablaban desde la teoría, desde los libros, sino desde la vida. Y sin embargo, aquí se encontraron, se miraron a los ojos y comenzaron a creer otra vez”, contó.
Señaló que “cuando comenzaron las dinámicas de Scholas, entre juegos de confianza, ejercicios artísticos y experiencias de silencio, los participantes descubrieron una libertad nueva y, en algún sentido, volvieron a sentirse niños”.
Del Corral sostuvo que los jóvenes regresan a sus países “con el compromiso de seguir hablando, escuchando y anhelando una paz que no se imponga, sino que nazca del corazón porque creen que la verdadera no viene de arriba, sino de adentro y de abajo”.