Un enigma arqueológico de más de 2.500 años ha sido resuelto gracias a una nueva investigación biomolecular. Jarras de bronce, encontradas en 1954 en un santuario subterráneo en Paestum, Italia, contenían un residuo pastoso que los arqueólogos de la época habían identificado como miel, un "símbolo de inmortalidad".
Sin embargo, tres estudios posteriores habían descartado esta hipótesis, concluyendo que el contenido era una mezcla de cera, grasa y resina.
Ahora, un equipo de científicos del Laboratorio de Investigación Química del Museo Ashmolean ha reexaminado el residuo utilizando técnicas avanzadas de espectrometría de masas.

Los resultados de su análisis revelaron la presencia de lípidos, carbohidratos, hexosas y, de manera crucial, proteínas de la jalea real. Estos hallazgos no solo confirman la teoría inicial de los arqueólogos, sino que también destacan la importancia de reevaluar con nuevas tecnologías los materiales históricos.
La presencia de miel en este contexto ritual subraya su profundo significado en las culturas griega y romana, donde se asociaba con la divinidad y la sabiduría.
El estudio, además de su relevancia histórica, ofrece una metodología más específica para detectar productos apícolas en contextos antiguos, abriendo nuevas puertas para la arqueología y la comprensión de las primeras prácticas agrícolas.
La miel, en estas jarras sagradas, no solo era una ofrenda, sino un puente simbólico hacia lo eterno, una creencia que la ciencia moderna ahora ha ayudado a confirmar.