La lavanda es una de las plantas aromáticas más queridas en cualquier jardín, famosa por sus vibrantes flores púrpuras y su embriagador aroma. Sin embargo, un desafío común para muchos jardineros es que, con el tiempo, la lavanda tiende a volverse leñosa en su base, perdiendo follaje y flores en la parte inferior y adquiriendo un aspecto desgarbado y poco atractivo. Afortunadamente, con los cuidados adecuados, es posible mantenerla compacta y florecida por más tiempo.
El secreto principal para evitar la leñosidad radica en la poda estratégica y regular. La lavanda prospera con podas anuales, que estimulan el crecimiento de nuevos brotes desde la base y evitan que los tallos se endurezcan excesivamente. La mejor época para realizar una poda más intensa es a principios de primavera, justo cuando la planta comienza a mostrar signos de nuevo crecimiento.

En este momento, puedes cortar hasta un tercio de la planta, asegurándote siempre de dejar algunos brotes verdes en cada tallo. Es crucial nunca podar en madera vieja donde no haya hojas, ya que estas secciones rara vez rebrotan y pueden dañar la planta.
Además de la poda de primavera, es beneficioso realizar una poda ligera después de la primera floración, a principios o mediados del verano. Esta poda de "limpieza" consiste en eliminar las flores marchitas y recortar ligeramente las puntas de los tallos. Esto no solo promueve una posible segunda floración, sino que también mantiene la forma de la planta y evita que los tallos se vuelvan demasiado largos y desgarbados.
Más allá de la poda, asegurar un buen drenaje y una exposición abundante al sol también contribuye a la salud general de la lavanda, lo que indirectamente reduce su tendencia a volverse leñosa. Una planta sana y vigorosa, que reciba suficiente luz y no retenga humedad excesiva en sus raíces, desarrollará un follaje más denso y menos ramas secas. Siguiendo estos consejos, tu lavanda no solo lucirá espectacular, sino que te brindará su belleza y aroma por muchas temporadas.