Uno de cada cuatro hogares experimentó inseguridad alimentaria
Una persona que está mal nutrida no necesariamente tiene bajo peso. De hecho una alimentación baja en nutrientes puede derivar en obesidad o sobrepeso.
Un informe realizado por la DEIE (Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas), reveló que en 2023 uno de cada cuatro hogares experimentaron inseguridad alimentaria moderada o severa en Mendoza.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura o FAO (Food and Agriculture Organization), la inseguridad alimentaría es cuando una persona "carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable. Esto puede deberse a la falta de disponibilidad de alimentos y/o a la falta de recursos para obtenerlos".
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El organismo ha establecido tres niveles de severidad de inseguridad alimentaria que fueron utilizados por la DEIE en el último documento publicado sobre esta temática. Estos son:
- Seguridad alimentaria o leve: las personas que tienen seguridad alimentaria tienen acceso adecuado a los alimentos en calidad y cantidad. Tienen inseguridad alimentaria cuando enfrentan incertidumbre sobre la posibilidad de obtener alimentos adecuados de manera continua.
- Inseguridad alimentaria moderada: las personas que experimentan inseguridad alimentaria moderada se han visto obligadas a reducir la calidad y/o la cantidad de alimentos que consumen.
- Inseguridad alimentaria grave: las personas que experimentan inseguridad alimentaria severa, típicamente, se han quedado sin alimentos y, peor aún, se han quedado un día (o días) sin comer.
De acuerdo a la información recabada por la DEIE, en 2023 “el 52,3% de los hogares en la provincia de Mendoza presentan algún tipo de inseguridad alimentaria. El indicador más usado es el que resulta de sumar los dos últimos gradientes de inseguridad alimentaria: el moderado y severo (InsSev+Mod), el cual da cuenta de un 25,1% del total de hogares de la provincia. Con esto se puede decir que uno de cada cuatro hogares manifiesta haber enfrentado algún episodio de inseguridad alimentaria moderada o severa”.
El informe también reveló que la tasa de inseguridad alimentaria en sus gradientes más severos es levemente mayor en los hogares con jefatura femenina que en los que tienen jefatura masculina: 26% versus 24,4%.
En cuanto a los diferenciales geográficos, la DEIE calculó los indicadores de inseguridad alimentaria para las áreas urbanas y rurales y para las 5 regiones de Gran Mendoza, Este, Noreste, Valle de Uco, Sur.
"Hay asociación entre las áreas urbanas y rurales: una proporción mayor de hogares sin inseguridad alimentaria en las primeras con respecto a la proporción observada en las segundas. En términos del indicador InsSev+Mod, el diferencial asciende a 10 puntos porcentuales entre estas dos zonas: 23% urbana versus 33% rural. Este último valor puede ser interpretado diciendo que uno de cada tres hogares residentes en áreas rurales presenta inseguridad alimentaria moderada o severa. La brecha rural-urbana reviste interés particular porque se sabe que la población de zonas rurales implementa estrategias de producción para autoconsumo e intercambio de alimentos, lo cual claramente no logra posicionarlas en una situación de ventaja respecto a los hogares urbanos", explicaron.
Otros de las variantes que se analizaron en el informe fue el tipo de hogar. Además de la "jefatura", que como dijimos anteriormente puede ser femenina o masculina, se diferenció los hogares con presencia de niños.
"Los resultados ponen de manifiesto que la presencia de niñas y niños aumenta las probabilidades de presentar inseguridad alimentaria, y particularmente en sus modalidades más severas. Se observa cómo a medida que aumenta la gravedad de la inseguridad es mayor el peso de los hogares con niñas y niños, mientras 1 de cada 3 hogares que no presentaron inseguridad alimentaria tienen niños, entre los hogares que presentaron inseguridad en sus formas más graves, moderada y severa, la cifra ascienda a poco más de la mitad, 1 de cada 2 hogares", expresaron en el informe.
Otros factores analizados fueron: el nivel educativo y los ingresos. En el documento concluyeron que la educación juega un papel crucial en la seguridad alimentaria de los hogares. Un mayor nivel educativo generalmente conduce a empleos de mejor calidad, lo que se traduce en mayor estabilidad económica y, en consecuencia, en una menor probabilidad de caer en la inseguridad alimentaria.
"Las habilidades técnicas y profesionales adquiridas a través de la educación facilitan el acceso a mejores salarios, lo que permite a los hogares destinar más recursos a la alimentación y mantenerse por encima del umbral de pobreza. Los ingresos afectan directamente la inseguridad alimentaria porque determinan la capacidad de los hogares para adquirir alimentos suficientes, variados y nutritivos. La relación entre ingresos e inseguridad alimentaria es fundamental porque los ingresos operan como el recurso básico que permite a los hogares cubrir sus necesidades alimenticias. En economías de mercado los ingresos de los hogares pueden garantizar el acceso regular a alimentos suficientes para cubrir las necesidades energéticas y nutricionales de todos sus miembros. Sin ingresos estables o suficientes, los hogares tienden a reducir la cantidad de alimentos que consumen, lo cual impacta la ingesta calórica y puede derivar en inseguridad alimentaria", explicaron.
No obstante, en el mismo documento, el organismo provincial aclaró que este resultado “es muy variable según una serie de factores” geográficos, sociales y económicos.
La palabra de dos expertas
En El Medio hablamos con la Licenciada en Nutrición clínica de adulto, María Cecilia Taricco y con la médica pediatra y Master internacional en Nutrición y Dietética, Gabriela Savio, para entender de qué hablamos cuando hablamos de inseguridad alimentaria.
“La malnutrición (en déficit, desnutrición en todas sus formas o en exceso sobrepeso u obesidad) es el resultado de un conjunto de circunstancias y determinantes sociales, culturales, económicos, políticos, ambientales y/o sanitarios que afectan a la población infantil. Es prevenible, su aparición es indeseable y perjudicial para la salud actual y futura”, explicó Savio, quien también es directora médica de Conin.
“La desnutrición infantil, a corto plazo, aumenta la morbimortalidad por la afección del sistema inmune, lo que genera un círculo vicioso de desnutrición/infección, con posible afectación del crecimiento, que se traduce en una talla menor a la esperada para su edad y sexo. Si además se produce en etapas tempranas, cuando se realiza la mielinización del sistema nervioso central, las alteraciones conllevan a un deterioro permanente e irreversible del desarrollo intelectual. A mediano plazo dará como resultado un menor crecimiento, alteración del desarrollo psicomotor y menor capacidad de aprendizaje. Y a largo plazo, menos años de escolaridad, menor rendimiento intelectual, menor desarrollo del capital humano y menor capacidad de crecimiento económico”, agregó.
En tanto, la licenciada Taricco explicó que la malnutrición "también puede tener consecuencias importantes. Algunos signos incluyen un sistema inmunológico debilitado, lo que aumenta el riesgo de infecciones o hace que las enfermedades sean más frecuentes y la recuperación más lenta. También puede haber fatiga persistente, bajo rendimiento físico y mental, cansancio crónico y dificultades para concentrarse, lo cual impacta en el rendimiento académico o laboral".
Las dos profesionales coincidieron en que una dieta pobre en nutrientes también puede llevar a la obesidad. “Las secuelas son físicas como afecciones respiratorias, gastrointestinales, cardíaca, traumatológicas, entre otras y también afectaciones en el área psicológica. En ambas situaciones se predispone a las enfermedades crónicas no transmisibles del adulto como: hipertensión arterial, dislipidemias, diabetes, afecciones cardíacas”, indicó Savio.
Taricco, por otra parte, indicó que "además, puede generar alteraciones en la salud mental, como ansiedad, irritabilidad o depresión. Por otro lado, las dietas carentes de nutrientes también suelen afectar la salud digestiva, provocando estreñimiento, diarrea, inflamación intestinal o malabsorción de nutrientes".
¿Una persona puede comer todos los días y tener inseguridad alimentaria?
“Si nos referimos en particular a la alimentación que reciben los niños pequeños, la misma debe ser variada, completa y adecuada a las necesidades de cada etapa. Siendo fundamental la protección, promoción y apoyo de la lactancia materna, con adecuada introducción de la alimentación complementaria”, expresó Savio.
“Cuando no se puede cumplir con la calidad, cantidad o continuidad de la alimentación, hablamos de inseguridad alimentaria, con dos situaciones y trayectorias claramente diferenciadas. Una posibilidad es que no se puedan comprar alimentos y se saltean comidas, lo que lleva a la desnutrición y la otra es que se compren alimentos más económicos, que producen saciedad y que tienen menor valor nutritivo, lo que lleva al sobrepeso y la obesidad. En ambas situaciones se puede producir desnutrición oculta que es la carencia de micronutrientes”, agregó.
Además, la directora médica de Conin, la fundación que se dedica a combatir la desnutrición infantil, explicó que la “recuperación de la malnutrición se sugiere un abordaje interdisciplinario, desde las áreas de pediatría, nutrición, social y desarrollo, sumado a la educación asertiva en temas de alimentación y crianza y el acceso a una alimentación completa, variada y específica según cada caso en particular. Se pueden requerir según el grado de desnutrición algún suplemento de vitaminas y minerales”.
Una persona que está mal nutrida no necesariamente tiene bajo peso. De hecho, tal como lo han explicado ambas profesionales, una alimentación baja en nutrientes puede derivar en obesidad o sobrepeso.
¿Cuál es la diferencia entre el hambre y la malnutrición?
“Pasar hambre es sentir vacío en el estómago, no tener suficiente comida. Es una experiencia de carencia aguda que activa un estado de alerta, amenaza y estrés. Aumenta el cortisol (la hormona del estrés), y eso impacta en el sistema nervioso, endócrino, metabólico y emocional. Es una situación adversa que puede llegar a ser traumática”, indicó Taricco.
“Estar mal nutrido, en cambio, es comer lo que llena pero no nutre. Es posible tener el estómago lleno y aún así estar malnutrido, si la alimentación carece de calidad, variedad o nutrientes esenciales. Es una carencia silenciosa que muchas veces pasa desapercibida”, afirmó la licenciada en Nutrición.
Taricco además destacó que tanto el hambre como la malnutrición son formas de desconexión con las necesidades reales del cuerpo, una desde la urgencia (el hambre) y otra desde los hábitos adquiridos (inseguridad alimentaria).