Zona Este, la tierra elegida por nuestros abuelos

La autora es diputada provincial y propone acciones para transformar esa región de Mendoza.

ANALISIS

La Zona Este no está en crisis, está buscando su nuevo rol en el desarrollo de Mendoza. Con la vitivinicultura como raíz y la mirada puesta en el futuro —como lo hicieron alguna vez quienes eligieron este "terruño del Libertador"—, el volver a ser protagonista. Solo hace falta creerle al territorio, y confiar en nuestro instinto de luchadores y laburantes.

Gabriela Lizana.

La Zona Este de Mendoza no está en crisis. Está en transformación profunda. Y eso es muy distinto. Porque donde algunos ven decadencia, otros vemos una enorme oportunidad para rediseñar un modelo productivo, territorial y humano que hoy sangra por sus heridas, y nos pide a gritos un horizonte superador.

No hay que repetir lo obvio: sí, ha disminuido la superficie cultivada con vid. Sí, se han abandonado fincas. Sí, los pequeños productores cada vez la tienen más difícil. Pero eso no dice todo. También es cierto que la vitivinicultura sigue siendo el corazón de esta región. Por historia, por identidad y porque todavía es el eje que organiza la vida económica y social de cientos de familias. Porque amamos lo que hacemos, y lo ama el mundo, aunque sea con más o menos alcohol, con más o menos azúcar. Es, fue y será, vino.



Y esa historia no empezó ayer. Esta tierra fue elegida por nuestros abuelos, inmigrantes que escapaban del hambre y de las guerras en Europa, que llegaron con las manos vacías pero el corazón lleno de futuro. Eligieron esta zona, el Este mendocino, por su agua, por su sol, por su posibilidad de trabajo. La hicieron suya, surco a surco, viña a viña. Nos legaron no solo una economía, sino una forma de entender la vida: con esfuerzo, con comunidad, con dignidad. Sobre todo eso. Dignidad.

Ese legado pesa. Pero pesa bien. Nos toca, como nietos de sufrientes que soñaron con un porvenir, estar a la altura. No por nostalgia, sino porque sabemos que este territorio vale. Vale su gente, vale su historia y vale todo lo que todavía puede ser. Nadie puede convencernos, que nuestras tierras perdieron "valor". Ni lo sueñen.

Por eso, jamás vamos a proponer reemplazar la vitivinicultura. Lo que proponemos es fortalecerla, diversificarla y complementarla. ¿Cómo? Con inteligencia y planificación. Empezando, por ejemplo, por mirar con otros ojos el potencial de la industria del mosto: la Zona Este representa más del 60% del mosto producido en Mendoza. Hay allí un diferencial competitivo que no estamos aprovechando del todo. Hay que planificar un modelo que sostenga a esta industria no como subsidiaria del vino, sino una industria en sí. El mosto como alimento en un mundo que reclama alimentos. ¿Y por qué no avanzar también en la producción de uva de mesa, con destino nacional e internacional? Hay experiencias exitosas. Solo falta articular políticas públicas que las escalen. Ya hay investigaciones sobre nuevas variedades, que se adaptan a circunstancias diversas de clima y región.

Ahora bien, si de futuro hablamos, no podemos quedarnos quietos. Necesitamos animarnos a más. Mendoza –y el Este en particular– tiene condiciones excepcionales para ensayar nuevos cultivos de alto valor, como el cannabis medicinal. La provincia ya tiene el marco legal y las primeras inversiones están llegando. ¿Vamos a esperar a que se instalen en otras regiones o vamos a liderar desde acá, con el conocimiento agronómico que tenemos? Nuestra zona es similar a otras como California, donde este cultivo generó un fuerte impacto económico y social, y generó trabajo y desarrollo paralelamente a la industria vitivinícola.

Por otro lado, el turismo: tenemos paisaje, historia —y qué historia— ni más ni menos que el lugar donde el General San Martín, el Padre de la Patria, tenía como ilusión habitar en sus últimos días. Derramamos cultura vitivinícola y tradiciones populares. Con globos aerostáticos, aeroclubes, circuitos en bici, gastronomía local y hasta rutas patrimoniales. El turismo aventura no es una moda: es una industria que genera empleo, arraigo y orgullo territorial. El Este tiene todo para ofrecer, solo necesitamos confiar en que podemos.



Y si de eso se trata, pensemos en grande. ¿Por qué no imaginar al Este como polo de tecnología aplicada a la agricultura? ¿Por qué no instalar centros de formación, innovación y desarrollo? Hay jóvenes que quieren quedarse en el territorio, pero no encuentran herramientas ni incentivos. Apostar a la economía del conocimiento en zonas no urbanas no es una utopía: es una política inteligente. La tecnología aplicada al desarrollo agrícola debería ser un objetivo primordial de nuestro plan de desarrollo para los próximos años. La inteligencia artificial, cuyos conocimientos deben democratizarse, debe enseñarse en nuestros colegios y, por qué no, pensar en grande, como lo que puede ser el Este: un polo de capacitación en inteligencia artificial, un lugar desde donde nuestros hijos puedan trabajar para cualquier empresa o lugar en el mundo. Capacidad instalada hay, y recursos humanos disponibles, de sobra.

Eso sí, para que todo esto tenga sentido, necesitamos cuidar el territorio. Y eso implica también hablar de lo que duele: la inseguridad rural, el miedo, el avance silencioso del narcotráfico en zonas vulnerables. No alcanza con discursos. Hace falta planificación institucional, inversión en seguridad inteligente, contención social y presencia del Estado donde más se lo necesita. Y eso debemos exigirlo. Cualquier sueño puede ser destruido en un entorno violento.

La Zona Este no necesita lástima. Necesita visión. Necesita decisiones valientes, acuerdos amplios y una hoja de ruta para los próximos 20 años. Tenemos todo para hacerlo: tierra, gente, saberes, historia. Solo falta voluntad. Propongo que juntos pensemos cada una de estas ideas y las transformemos en acción.

Y eso, todavía, depende de nosotros.

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