Los herederos

La columna de Valeria Caroglio traza un mapa de jóvenes de clase media con estudios superiores que, pese a trabajar en profesiones técnicas y profesionales, no logran independencia económica sin ayuda familiar.

ANALISIS

Loli, Ingeniera Industrial, 28 años, trabaja on line para empresa internacional. Salario: 1200000. Vive en un departamento cedido por su mamá.

Laura, 25 años, Técnica en Diseño gráfico, trabaja on line por cuenta propia. Genera 600 mil mensuales aproximadamente. Alquila habitación en casa de familia.

Stella, 40 años, comunicadora social, trabaja en relación de dependencia. Salario: 700 mil por mes. Vive con su mamá jubilada.

Pedro, 37 años, Sociólogo, gestor y docente universitario. Salario: 750 mil por mes. Alquilaba. Se volvió a vivir con su familia.

Luci, 30 años, administra un emprendimiento familiar. Vive sola. Alquila con ayuda de su familia.

Ignacia, 24 años, Ingeniera Industrial, trabaja en empresa líder en cervezas, salario: 1.400.000. Vive con su novio en depto cedido por su mamá. 

Valentina, 25 años, Técnica audiovisual y docente de horas secundarias. Salario: 400.000. Vive con su mamá

Éste es un minúsculo mapa de la situación laboral y de las condiciones de vida de algunas/os jóvenes de mi círculo de amigas/os, provenientes de sectores medios, mayoritariamente con títulos superiores -universitarios y no universitarios-, con trabajo en tareas profesionales, técnicas y de servicio.

Un alquiler para una persona cuesta entre 250 y 400 mil pesos al mes. Si le sumamos el costo de la canasta básica alimentaria -$167065 para una persona en Julio-, el gas, la luz, el gasto de transporte y el de la cobertura de salud superamos los $700000. 

Mi percepción es que 6 de cada 10 jóvenes entre 25 y 35 años provenientes de sectores medios no puede vivir solo sin ayuda familiar. Al resto, sólo les alcanza para pagar casa y alimentación. 

En una columna anterior sobre adolescencia intentaba mostrar lo diferente de las trayectorias de quienes tenemos entre 50 y 75 años en relación con la de nuestros/as hijos/as. Atendiendo sólo las dimensiones económicas, nosotros crecimos en un ciclo de movilidad social en que alcanzar un título universitario casi garantizaba un posterior trabajo: la adultez garantizaba algunas seguridades en ese terreno. 

Nuestros hijos enfrentan un mundo distinto: saben que la educación superior no les garantiza la inserción laboral ni la movilidad social; viven en un mundo donde el 10% más rico del mundo concentra más del 70% de la riqueza global y uno de cada diez habitantes vive en una pobreza extrema. 

Lejos de generar un mundo mas igualitario - una de las promesas más buscadas de la modernidad -, el sistema mundial se mueve en sentido contrario. 

Así lo muestra el peso creciente de la herencia como motor de crecimiento y generadora de prosperidad material. “Olvídese de su carrera. Hoy lo que importa es la herencia” sentencia un artículo de El Economista, de febrero del 2025. 

La nota pone el ojo en la Heredocracia, mostrando el crecimiento importante de la herencia, que en muchos países ya supera el 10% del PBI, duplicando o triplicando su peso económico en Francia, Alemania, Italia o Reino Unido en las últimas décadas.

Entre las razones de este nuevo panorama, el artículo señala un cambio en el ciclo vital. 

Nosotros y nuestros padres -provenientes de sectores trabajadores calificados o de sectores medios- nos formamos, nos casamos, tuvimos hijos y pudimos ir accediendo a distintos bienes: muebles, electrodomésticos, servicios, un auto. Unos años después, pudimos adquirir una casa con un crédito a 10 o 15 años. Aún con la pendiente Cuesta abajo que generó nuevos pobres en los años 90, a los 30 años teníamos trabajo, familia y una vivienda, condiciones de vida que seguirían mejorando con el crecimiento profesional/laboral de los años siguientes. 

Hoy, este ciclo vital se ha alterado por completo: las/os jóvenes no se casan, mayoritariamente no tienen hijos. Prefieren viajar a establecerse, pueden trabajar de manera remota, suelen cambiar de trabajo en varias oportunidades y también rechazarlos porque quieren trabajar 6 horas o porque no están dispuestos a trabajar los sábados, muchas veces sus tareas no tienen que ver con las competencias que les da el título, otras veces el título no es imprescindible ni es requerido por el empleador. Los bajos salarios iniciales impiden que califiquen para un crédito hipotecario y si logran acceder, se endeudan por más de 25 años. En el actual escenario, la cima de crecimiento personal será a los 60, no a los 30 años como sus padres o abuelos. 

El contexto en el que crecimos los que tenemos entre 50 y 70 años se fue gestando entre la posguerra y fines de los 70, cuando Europa y EEUU experimentaron versiones del Estado de Bienestar y en Latinoamérica surgió el Estado con políticas de bienestar (masivas aunque no universales), que implicaron salud y educación gratuitas, la ampliación de derechos sociales, legislación laboral, expansión de la industria y sistemas de seguridad social. 

Esos años se caracterizaron por la movilidad social ascendente: el ascenso social de quienes no provenían de familias acomodadas generó sociedades más igualitarias. Fue mi caso: mi formación universitaria me permitió una temprana y conveniente inserción laboral, que me posibilitó mejorar mucho la condición social y económica de mi familia de origen. 

Ese escenario se modificó sostenidamente desde los 90, con la caída del sistema soviético y la hegemonía neoliberal, que abogó por el achicamiento del Estado y con él, de las políticas de redistribución del ingreso, entre otras. En el 2008 el movimiento se exacerbó, cuando el colapso de Lehman Brothers y la crisis hipotecaria mostraron la financiarización como rasgo estructural del sistema económico mundial. 

A lo largo de esos años, se produjo un aumento desmedido del valor de la vivienda, un gran crecimiento de los mercados financieros, la concentración de riqueza en los baby boomers mientras que el crecimiento económico se ralentizó, generando que el ahorro acumulado pesara más que los ingresos del trabajo. En esa situación están los jóvenes de hoy.

Si bien la herencia siempre incidió en la mejora de las condiciones de vida, los que hoy tenemos entre 50 y 75 años pudimos equiparar las trayectorias económicas de nuestros padres -incluso superarlas- sin tener herencia o sin tener que “esperar” heredarlos. 

Para los jóvenes provenientes de sectores medios y medios altos, hoy la herencia vendrá a brindar la prosperidad que un buen trabajo no alcanza a generar. 

Pero ¿qué futuro avizoramos para quienes no reciben ni recibirán un legado económico? ¿Podremos construir una sociedad más igualitaria en esta fase del capitalismo financiero?

Claramente no. Hemos retrocedido. Negando luchas, revueltas y revoluciones para abolir privilegios, hemos vuelto a las “prerrogativas de origen”: quienes tienen la suerte de nacer en la “familia indicada” heredarán sus posesiones, lo que les permitirá crecimiento y bienestar, mientras quienes heredan solamente el milagroso don de vivir pero ningún bien, estarán fuertemente determinados para repetir la condición de desposeídos materialmente aunque no solamente: el capital cultural, simbólico y social también está asociado a los recursos materiales.

La retracción estatal propicia la aparición de otros actores que dan respuesta a las demandas de las poblaciones vulneradas. Organizaciones sociales y eclesiásticas conviven en las barriadas populares con organizaciones narcotraficantes que ofrecen comida, dinero o favores a cambio del silencio y la tolerancia de las familias. 

Difícil -irrespetuoso e inhumano también- hacer interpretaciones éticas sobre a quién pedir una mano cuando se necesita tanto y el que está para protegerte se retira. 

La necesidad tiene cara de hereje. Refrán popular tristemente verdadero. 

Por eso -y por muchas razones más- es imprescindible defender y exigir la presencia del Estado, para que a través de políticas públicas se mejoren las condiciones de vida de los desheredados de siempre y se redistribuyan los ingresos, hoy tan concentrados. 

La herencia otorga ventajas no ganadas, perpetúa la desigualdad y la concentración, reduciendo la movilidad social. Una sociedad justa debe garantizar la igualdad de oportunidades, no los privilegios por nacimiento.

Audio relacionado

herederos

Podés leer también