50 años de vitivinicultura mendocina: menos viñedos, menos bodegas y más concentración
La autora explica con datos, el proceso que ha sufrido la vitivinicultura en nuestra provincia.
La vitivinicultura, emblema productivo y cultural de la economía mendocina, muestra en las últimas cinco décadas un proceso sostenido de concentración económica en sus distintos eslabones, lo que altera la distribución del ingreso en toda la cadena. Esta primera nota presenta la radiografía de 50 años de la vitivinicultura mendocina a través de un análisis de las estadísticas recopiladas por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), base sobre la que se asienta la desigualdad en la distribución del excedente económico, que será analizada en una segunda entrega.
Viñedos: caída y concentración
Según datos del INV, la superficie cultivada con vid en Mendoza pasó de 213.544 hectáreas en 1971 a 151.233 en 2020, lo que representa una disminución del 29,1%. El máximo histórico se registró en 1978, con 252.928 hectáreas, y el piso de la serie se dio en 2001, con 144.538.
La cantidad de viñedos también cayó abruptamente: de 29.190 en 1971 a 15319 en 2020, lo que significa que desaparecieron casi la mitad (47,5%). La sangría golpeó con más fuerza a los pequeños: el 72% de los viñedos que desaparecieron tenían menos de 5 hectáreas, y si se considera hasta 10 hectáreas, la cifra asciende al 91,4%. El tamaño promedio de las unidades de producción a principios de la década del 1971 era de 7,3 has por viñedo, mientras que en 2020 esta relación se incrementó a 9,87 has por viñedo, lo que evidencia un aumento considerable en el tamaño promedio de las explotaciones a nivel provincial. Adicionalmente, se verifica un envejecimiento del promedio de los productores, rondando los 60 años.
En contraste, los viñedos grandes (más de 50 hectáreas) lograron resistir e incluso aumentar su participación relativa. En 1985 representaban el 20,7% de la superficie cultivada; en 2020 treparon al 26%. Además, se agrava la concentración de propietarios: mientras en 2002 cada productor poseía en promedio 1,28 viñedos, en 2020 el promedio se elevó a 1,38. Esto implica que no solo desaparecen los pequeños, sino que se concentra la propiedad, generalmente de la mano de empresas vitícolas especializadas o pequeños empresarios, diferentes del productor tradicional.
Actualmente, apenas el 7,9% de los propietarios controla casi la mitad de la tierra cultivada con vid en Mendoza, mientras que el 92% restante se reparte la otra mitad.
Bodegas: menos establecimientos, mayor escala
La tendencia de concentración también se refleja en las bodegas. En 1970 había 1.284 bodegas inscriptas en Mendoza. El número creció levemente hasta alcanzar un máximo de 1.331 en 1981, para luego caer de manera sostenida. En 2010 quedaban 927 y en 2020, 878. Respecto a los establecimientos que elaboran, en 2020 se registraron 608, mientras que en 2002 había 600.
La producción total de vino también descendió. En 1970 se elaboraron 13,4 millones de hectolitros, mientras que en 2019 fueron 10,2 millones de hectolitros (años 2020 fue inusual por los efectos de la pandemia). Sin embargo, la caída en la cantidad de bodegas elaboradoras fue más fuerte que la caída en la producción, lo que se traduce en un aumento de la elaboración promedio por establecimiento y en una mayor concentración.
Actualmente, el 81% de las bodegas elaboradoras son pequeñas (menos de 2,5 millones de litros anuales) y producen en conjunto el 30% del vino elaborado, mientras que solo el 8% de las bodegas más grandes (más de 5 millones de litros anuales) elaboran casi el 55% del vino. Por citar un caso: la bodega más grande, ubicada en San Martín, procesó en 2020 casi 928 mil quintales de uva, un 192% más que en 2002, pese a que la producción provincial total fue menor.
La media de elaboración por bodega muestra la misma tendencia a la centralización. Si bien varía según las cosechas, suele ubicarse por encima del millón de litros por establecimiento, un volumen difícil de alcanzar para bodegas de menor escala, evidenciando la gran concentración en este eslabón de la cadena.
Fraccionamiento: más jugadores, pero la concentración persiste
A diferencia de viñedos y bodegas, el fraccionamiento aumentó en cantidad de jugadores. En 1996 había 290 fraccionadoras inscriptas; en 2020 eran 497, un crecimiento del 71%. El auge de las bodegas boutique, los servicios tercerizados y las fraccionadoras móviles facilitaron esta expansión.
Sin embargo, el análisis de los volúmenes despachados muestra que la concentración también persiste. En 1996, las grandes fraccionadoras (más de 100 mil hectolitros) representaban el 4,7% del total y despachaban el 58% del vino al mercado. En 2020, eran apenas el 3,7% de las fraccionadoras, pero concentraban el 71% de los despachos. En el otro extremo, en 1996 el 91% de las fraccionadoras más pequeñas (hasta 5 millones de litros) despachaban casi el 30% del vino; en 2020, el 93% de las pequeñas fraccionadoras redujo su porcentaje al 16%.
Aun cuando hay menos vino para vender, los grandes son los que mejor amortiguan las crisis y logran aumentar su participación relativa a costa del resto.
Una cadena cada vez más concentrada
El recorrido completo, del viñedo a la góndola, evidencia un mismo proceso: achicamiento del número de agentes y fortalecimiento de los grandes grupos en 50 años, durante los cuales cambió el modelo económico de acumulación, se redujo el mercado interno, se retiró el Estado de la regulación y cambiaron los patrones de consumo. Los pequeños productores pierden superficie, las bodegas tradicionales desaparecen o reducen su escala, y un puñado de grandes elaboradoras y fraccionadoras concentra cada vez más producción y fraccionamiento.
Este proceso no solo modifica el mapa de la vitivinicultura mendocina, sino que también impacta en la distribución del ingreso a lo largo de la cadena, dejando a los pequeños y medianos en situación de vulnerabilidad estructural.
El análisis del sector vitivinícola en Mendoza evidencia marcadas diferencias en la distribución del ingreso a lo largo de la cadena de valor, con una concentración creciente desde el eslabón primario hasta el fraccionador. Para visualizar esta dinámica, se construyó un coeficiente de Gini para cada eslabón de la cadena, indicador ampliamente usado en economía que actúa como proxy de la concentración y desigualdad; que permite aproximar a la distribución del ingreso entre los agentes y observar su evolución, aunque no captura todos los procesos complejos del sector.
En el sector primario, entre 2002 y 2024, el número de productores disminuyó de 16.271 a 14.612, mientras que el índice de Gini se mantuvo relativamente estable (0,66 a 0,67), mostrando un eslabón moderadamente concentrado. Más del 50% de la superficie está en manos del último decil y cerca del 70% si se consideran los dos últimos deciles. La finca más grande en 2024 alcanza las 488 ha, y existen solo 23 fincas mayores a 200 ha, en contraste con más de 1.200 viñedos menores a 1 ha. Esto refleja un sector primario moderadamente concentrado, donde persiste el predominio de pequeños productores.
El eslabón elaborador presenta mayor concentración: el Gini aumentó de 0,60 en 2002 a 0,77 en 2024. El 10% de las bodegas más grandes pasó de acaparar el 45% al 61% de la elaboración total. La centralización se mantiene incluso en años de menor elaboración, indicando que las grandes empresas sostienen o aumentan su producción mientras los productores pequeños reducen actividad o desaparecen del mercado.
Finalmente, en el eslabón fraccionador, la concentración es aún más pronunciada, con un Gini que pasó de 0,81 en 1996 a 0,90 en 2023. El decil superior incrementó su participación del 71,3% al 87,3% del total de hectolitros despachados, y los 20 fraccionadores más grandes concentran más de dos tercios del mercado.
En conjunto, estos indicadores muestran una tendencia sostenida a la centralización económica a lo largo de la cadena de valor, donde los grandes actores del eslabón elaborador y fraccionador adquieren un fuerte poder de mercado, mientras que el sector primario conserva cierto grado de dispersión.
Natalia Estefanía Palazzolo es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Cuyo